Los 10 experimentos psicológicos más perturbadores (y crueles) de todos los tiempos

Cuando la ética todavía no ponía límites a la ciencia, el mundo de la Psicología tuvo vía libre para realizar experimentos atroces que constituyen el lado más oscuro de esta disciplina. Veamos la historia detrás de ellos.

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Los experimentos realizados en el ámbito de la Psicología han ayudado a describir y comprender muchos procesos y conductas que suceden en los seres vivos y en la sociedad, pero no es posible llevar a cabo una investigación sin tener en cuenta si se cumplen los criterios éticos.

A lo largo de la historia se han realizado experimentos en contra del código deontológico o ético que preside actualmente, no respetándose en aquel entonces el consentimiento informado o el hecho de que el sujeto no supiera cuál era el objetivo del estudio y así poderlo aceptar. A continuación presentaremos algunos de los experimentos que más controversia han generado por no ser morales o éticos.

Diez experimentos psicológicos que en la actualidad no se podrían realizar

Es útil la realización de experimentos para entender y estudiar mejor la conducta humana o de los seres vivos, pero en ocasiones el tipo de acciones o acontecimientos que comportan no son éticos, es decir, alteran y queda afectada la conducta o estado del individuo o ser vivo que ha participado en la investigación. Por esta razón, estos experimentos se consideraran prohibidos y en la actualidad no será posible volverlos a repetir.

Veremos como las principales controversias aparecen cuando los sujetos experimentales son niños, los cuales no pueden dar su consentimiento informado, cuando se realiza maltrato animal, o al engañar a los participantes y no decirles cual es el objetivo real de la investigación o cuando se le producen alteraciones psicológicas.

1. El caso de pequeño Albert

Este experimento muy conocido en el ámbito de la Psicología es denominado el “Pequeño Albert”, ya que tiene como sujeto protagonista un niño muy pequeño de apenas 1 año de edad. Este experimento realizado en 1920 tuvo como autor principal a John B. Watson, este reconocido autor de la corriente conductista quiso probar si era posible generar de forma artificial, mediante condicionamiento clásico una fobia específica en un bebé.

Ya leyendo esta introducción vemos que la realización de este tipo de experimento actualmente no sería viable y al seguir informándonos de cuál era el proceso realizado nos damos cuenta de que este es mucho peor. El autor pretendía llevar a la práctica la teoría del condicionamiento clásico propuesta por Iván Pavlov donde se apuntaba que era posible condicionar un estímulo neutro, que no produce ninguna reacción en el individuo, asociándolo con un estímulo incondicionado o que por sí solo ya generara activación, obteniendo así un respuesta condicionada. Es muy conocido el experimento del perro de Pavlov.

De este modo Watson quiso dar un paso más e intentar condicionar a un humano, pero no con un condicionamiento apetitivo, utilizando un estímulo positivo y placentero como Pavlov había realizado con la comida sino con un estímulo incondicionado aversivo generando así un fobia en el sujeto, quien como ya hemos apuntado tan solo era un niño.

El proceso consistía en intentar asociar un estímulo neutro o incluso placentero para Albert como era una rata blanca con un estímulo incondicionado como era el fuerte sonido de golpear metal que asustaba al bebé. Así pues a medida que la unión de los dos estímulos seguía realizándose Albert mostraba cada vez más miedo a la rata, hasta acabar mostrando una fobia a este animal que se generalizó a otro tipo de animales peludos similares a las ratas.

Lo peor, si esto es posible, es que en ningún momento se intentó tratar o hacer disminuir la fobia generada de manera intencional y no fue hasta cuatro años después, en 1924, que Mary Cover Jones aplicó por primera vez el contracondicionamiento, con el propósito de tratar una fobia, este experimento es conocido como el “Pequeño Peter”.

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2. Experimento de conformidad con el grupo de Ash

Este experimento realizado en 1951 en la Universidad de Swarthmore y dirigido por Solomon Asch tuvo como propósito comprobar la conformidad de un individuo ante la decisión de la mayoría, es decir cómo influye en grupo en la respuesta que daba el sujeto.

De este modo se formaron grupos de entre 7 y 9 individuos que debían realizar una actividad muy sencilla de comparar una línea de referencia con tres líneas distintas y escoger cual de estas últimas era la que presentaba igual longitud que la línea de muestra. La elección parecía no comportar problema ya que se podía distinguir fácilmente cúal era la idéntica, así que en primera instancia el sujeto experimental respondió bien.

La trampa consistía en que los demás participantes eran cómplices, empezando así a falsear sus respuestas y apuntar a líneas erróneas. Y sorprendentemente, pese a la claridad de las distinción de las líneas, más de la mitad de los sujetos, 37 de 50 para ser exactos, dieron respuestas erróneas afirmando la influencia del grupo y la conformidad ante la mayoría. En este caso, el mayor problema de este experimento es que no se pidió el consentimiento firmado de los participantes hecho que actualmente iría en contra del código deontológico, ético.

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3. Experimento de la cárcel de Stanford

Experimento realizado por la Universidad de Stanford en 1971 a cargo de Philip Zimbardo que tenía como principal objetivo observar cómo influía el grupo al cual pertenecia cada participante y cómo le afectaba el rol que se le asignaba.

Así pues, formó un grupo de sujetos voluntarios, con un estado psicológico estable, los cuales fueron clasificados en dos roles distintos o como presos o como convictos. El experimento consistía en simular la situación de una presión, donde conviven 12 presos con 12 guardias. Desde el primer momento se empezó a tratar a cada sujeto según el rol que tenían, diciéndoles al grupo de guardias que debían mantener el control de los presos, pero en ningún momento incitando a la violencia.

La investigación no tardó en mostrar la evidente influencia de los roles y del grupo de pertenencia y al segundo día los convictos se rebelaron recibiendo una acción contundente por parte de los guardias, obligándoles a realizar castigos humillantes. Esta situación no mejoró, cada vez los sujetos se comportan de manera más clara según su posición, presentando una conducta más autoritaria los guardias y más sumisa los presos.

El experimento apenas duró 5 días, teniendo que parar de inmediato dadas las afectaciones y alteraciones psicológicas que presentaban los presos y la conducta cada vez más violenta de los guardias. Es sorprendente ver cómo un grupo de individuos aparentemente sin ninguna alteración tan solo por el grupo al que fueron aleatoriamente asignados, aguantaron humillaciones o actuaron de ese modo, quedando afectados psicológicamente.

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4. Efecto espectador: el caso de Kitty Genovese

Buscando explicación de la conducta humana como testigos ante un asesinato, en concreto el de Kitty Genovese, una joven que fue asesionada en la puerta de su casa a manos de un asesiono serial sin que ninguno de los vecinos testigos hiciera nada al respecto, John Darley y Bibb Latané idearon un experimento en 1968 en la Universidad de Columbia.

La primera situación experimental consistió en pedir a un sujeto que rellenara un cuestionario, dejándolo solo en una sala, en el proceso empezaba a entrar un humo no perjudicial a la habitación, haciendo que el el sujeto se asustara y rápidamente avisara del incidente. Pero lo sorprendente fue observar que solo cambiando la variable número de sujetos presentes en la sala, el sujeto experimental tardaba mucho más en dar aviso.

Con el propósito de seguir investigando los resultados obtenidos, presentaron una nueva situación donde se les decía a los sujetos que podían ponerse en contacto con otro individuo mediante un teléfono, aunque contrariamente a lo que ellos creían era una grabación. En este caso se observó, de manera similar al anterior, que al fingir que el otro interlocutor sufría un ataque, los sujetos que estaban solos tardaban menos en avisar que los acompañados, quienes, en algunas ocasiones, ni daban aviso.

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5. Experimento de obediencia de Milgram

Stanley Milgram, en 1961, quiso probar el grado de obediencia de la gente, dado que en la historia de la humanidad habían ocurrido situaciones tan inhumanas como las vividas en el Holocousto nazi.

La investigación, realizada en la Universidad de Yale, reclutó al grupo de sujetos diciéndoles que formarían parte de un experimento de memoria. De este modo, de cada pareja de sujetos uno haría de maestro y el otro de alumno, asegurándose que el que realizaba la función de maestro siempre fuera el sujeto experimental y el alumno un cómplice. La tarea del maestro consistía en controlar si las respuestas que daba el alumno eran correctas o no, en caso de ser incorrectas debía dar una descarga que incrementaba de intensidad a medida que avanzaba el experimento.

Al sujeto experimental en ningún momento se le prohibía abandonar, solo se le recordaba el compromiso con la actividad y que debía seguir. Así pues, se observó que los maestros siguen dando descargas pese a escuchar las quejas y gritos de dolor (falseado) que provenían de los alumnos. También se observó el efecto que tenía diferentes variables como la proximidad, a más proximidad con el alumno antes paraban o si habían sujetos en las mismas condiciones que ellos, como maestros, que decidían parar, siendo así más probable que ellos también lo hicieran.

Este experimento marcó un antes y un después en la Psicología Social, pero no sería posible replicarlo dado la crueldad de la situación experimental, la elevada tensión que vivieron los sujetos experimentales y el hecho que se engañara a los sujetos participantes con respecto a la finalidad del experimento.

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6. Experimento con primates de Harlow

Harry Harlow experimentó con crías de monos rhesus con la finalidad de ver a qué figura materna preferían. De este modo, inició un experimento en la Universidad de Wisconsin en 1950 que consistía en separar las crías de monos de su madre y darles las alternativas de escoger entre una nueva madre hecha de tela o otra hecha de alambre pero que le proporcionaba alimento.

Asimismo, se obtuvo que los bebés monos preferían y recurrían mayoritariamente a las madres de tela que eran más confortables, quedándose más tiempo con ella y solo acercándose a la de alambre lo mínimo para comer. También realizó modificaciones como asustar a las crías para ver hacía que madre corrían, obteniendo así los mismo resultados ya observados. En 1985, estos experimentos quedaron prohibidos dada la crueldad que suponía para el animal separarlo de madre y provocarle una situación de estrés.

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7. Indefensión aprendida de Seligman

Martín Seligman llevó a cabo en 1965 un experimento con el propósito de explicar algunos comportamientos que eran observados por ejemplo en los individuos deprimidos. De este modo utilizó como sujetos experimentales a perros, que fueron colocados en una jaula dividida en dos por una barrera que permite que el animal cruzara cuando se les aplicaba una descarga, se observó en estos casos que los perros escapaban del calambre sin problema, realizando la conducta más adaptativa.

En cambio hubo otro grupo de perros a los que previamente no se les permitió escapar de las descargas, obteniendo que en las mismas condiciones experimentales que los otros estos no cruzaban la barrera para así dejar de recibir el choque eléctrico, solo lloraba mostrando una conducta pasiva, este hecho y comportamiento observado fue denominado indefensión aprendida. De manera similar al experimento realizado con crías de monos, en este caso tampoco se podría realizar actualmente ya que se considera maltrato animal.

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8. Experimento del muñeco Bobo

Albert Bandura es el autor más conocido en el campo del modelado y del aprendizaje recíproco. Con el objetivo de probar su creencia respecto al aprendizaje de las conductas agresivas mediante la observación realizó una investigación, utilizando como sujetos experimentales niños de entre 3 y 5 años divididos en tres grupos según si eran expuestos a una conducta agresiva, sino se los exponía a esta conducta o si eran sujetos control.

El experimento consistía en hacer entrar al niño a una habitación llena de juguetes acompañado de un adulto, en la situación experimental agresiva, el adulto empezaba a golpear e insultar a un muñeco llamado Bobo. Así pues, se observó que los niños en esta situación tendían a imitar la conducta del adulto, no observándose agresividad en las otras dos situaciones experimentales.

Este experimento pese a ser relevante para el estudio y comprensión de la conducta de imitación o aprendizaje con modelo social, actualmente no sería ético ya que volvemos a encontrarnos con la imposibilidad de que el sujeto experimental en este caso niños, den su consentimiento para ser participantes.

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9. El experimento monstruo

En 1939 Wendell Johnson intentó que un grupo de niños de entre 5 y 15 años del orfanato de Iowa desarrollara tartamudez. Con este propósito dividió los sujetos no tartamudos en dos grupos, en uno de ellos se les impartía enseñanza positiva y en el otro utilizaría educación negativa, incluso diciéndoles que eran tartamudos.

Así pues, lo que se observó no fue lo que se esperaba, conseguir que los niños se volvieran tartamudos, si no que los sujetos desarrollaron conductas de habla ansiosa, con problemas de ansiedad y autoestima. Este experimento sería impensable ahora ya que no es ético intentar infringir una alteración o afectación a un individuo, como se intentó con la tartamudez, consiguiendo afectar psicológicamente a los niños.

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10. Experimento de los ojos

El experimento lo realizó la maestra Jane Elliott para demostrar a sus alumnos como aparecía y se mantenía la discriminación, ya que en ese mismo año, en 1968, el activista Martin Luther King había sido asesinado.

La formación de los grupos fue tan simple como dividir los alumnos según si tenían los ojos azules o marrones, característica nada definitoria de cómo es cada persona. Seguidamente Elliott leyó un artículo donde apuntaban que las personas con ojos marrones eran más inteligentes, superiores. Esta afirmación fue suficiente para que los niños de ojos marrones se sintieran superiores, comportándose de manera discriminatoria respecto a los niños de ojos azules, los cuales se sentían inferiores, inseguros, disminuyendo así su autoestima.

Al día siguiente la maestra rectificó y dijo que realmente los más inteligentes eran los de ojos azules. Invirtiendo así los roles y presentando conductas discriminatorias de los sujetos de ojos azules ante los de los ojos marrones.

Pese a ser fascinante comprobar que tan fácil puede ser generar una conducta discriminatoria y servir como lección para los sujetos, actualmente este experimento no cumple con los requisitos éticos, los niños no eran conocedores del objetivo real, no estaban informados de que era un experimento y por tanto tampoco habían otorgado su consentimiento.

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